Gracias a Jorge y al Covid
Primero aclaro que Jorge es mi papá.
Soy hincha de Huracán desde antes que él sepa que será padre. Soy socio desde que tengo horas de nacido y voy a la Alcorta desde que empecé a tener un poco de conciencia de todo.
Fuimos cuatro, porque tuve la suerte de ir junto con mi bisabuelo, abuelo y padre a la cancha. Siempre nos sentamos en los mismos lugares. Mientras caminábamos por Pedro Chutro, adelante mi viejo y yo de su mano y ellos cubriéndonos las espaldas. Cuando fuimos armando una línea de tres por la vereda, con mi abuelo como central y capitán, y ahora que somos dos, mantenemos ese ritual que nos permite casi de una manera absurdamente auto-impune, el correr de nuestros asientos a quien quiera ver un partido desde una de las mejores vistas del Ducó.
En esos asientos vimos varios equipos memorables pero muchos más olvidables. Lloramos de alegría y de tristeza. Gritamos goles hasta la afonía y alguna que otra vez (?), insultamos rivales y a esos que dicen impartir justicia.
Pasan los años y seguimos en el mismo lugar aunque, entre tanto altibajo emocional que generaba Huracán, llegué a un punto en el 2019, que ya era de un hartazgo y de una rutina extenuante. Al punto tal de que me replanteaba permanentemente ir a cancha (incluso con el abono anual).
Pero ahí llegó el Covid, la cuarentena eterna, la suspensión de la vida como la conocíamos y demás.
Desde el 7 de diciembre de 2019, el último partido con público contra Arsenal, hasta el 2 de octubre del 2021, en el que volvimos a El Palacio, justamente contra el mismo rival, pasó algo inesperado.


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